Miguel A. Pastorino, en su blog de la página Religión en Libertad, ha escrito un interesante artículo sobre el significado de la festividad de Halloween, y la postura que hemos de tomar los cristianos y las cristianas frente a los valores, y al contenido, que representa dicha celebración.
Les confieso que el tema me preocupa, ya el año pasado escribí por estas fechas una entrada en este blog sobre la fiesta de Halloween (véase: Halloween ¿una celebración inofensiva?). Al acercarse de nuevo el 31 de octubre, considero muy oportuno el aporte de Miguel A. Pastorino, destacando sobre todo el enfoque educativo y pastoral de su reflexión.
Dado el interés que reviste para nosotros como profesores de Religión, reproduzco integralmente a continuación el artículo citado:
"Hace
pocos días vi una propaganda de cubrecamas y toallas para niños,
estampadas con la imagen de un ataúd que contenía una sonriente
calavera. Me pregunté: ¿por qué puede llegar a fabricarse algo tan
morboso para un niño? ¿Le gustará a alguno irse a dormir viendo la
imagen de la muerte en su propia cama? Al comentar mis dudas me dijeron:
¡es que se viene la fiesta de Halloween!
En
efecto, durante la noche del 31 de octubre cada año se ha extendido con
más fuerza, especialmente entre niños y adolescentes, el festejo de Halloween.
Cuando
se acerca la fecha se escuchan todo tipo de opiniones acerca del tema.
Desde quienes demonizan la fiesta, pensando que si sus hijos se
disfrazan de vampiros, estarán rindiendo culto al mismo Lucifer, hasta
quienes dicen: “es una fiesta inocente, burlesca y sin ninguna
connotación religiosa o filosófica”. Por eso, muchas instituciones
educativas las promueven “porque divierte mucho a los niños”. Ese parece
ser el más fuerte argumento: ¡es divertido! Pero pocos parecen caer en
la cuenta de que Halloween está suplantando, nada menos que a la Fiesta de Todos los Santos que la Iglesia celebra el 1º de noviembre.
En los orígenes…
El
nombre Halloween es la deformación americana del término, en el inglés
de Irlanda, «All Hollows´ Eve»: Vigilia de Todos los Santos. Debido a la
costumbre inglesa de contraer los nombres para una pronunciación más
rápida y directa, esto derivó en el definitivo "Halloween", aunque la fiesta religiosa original nada tiene que ver con la celebración del Halloween actual.
Esta
antiquísima fiesta cristiana llegó a Estados Unidos junto con los
emigrantes irlandeses, que tenían una profunda devoción por los santos. Y
allí echó raíces para sufrir paulatinamente una radical transformación,
perdiendo el sentido católico de esa noche y acentuando el aspecto
lúgubre y morboso, lleno de terror y fantasmas, donde los muertos se
alzan atormentando a los vivos.
Halloween
no es más que la última versión, secularizada y repaganizada, de una
fiesta católica, que se fue transformando en un carnaval del terror y en
una gran oportunidad para el consumo. Actualmente muchos están
buscando, en su versión “New Age”, sus raíces paganas, reorganizando un
nuevo calendario esotérico.
Antes del cristianismo
La
fiesta se remonta, en realidad, a tiempos anteriores al cristianismo.
Hacia el siglo VI antes de Cristo, los antiguos celtas del norte de
Europa celebraban el 1 de noviembre, como el primer día del año. La
fiesta de Samhein, fiesta del sol, que comenzaba la
noche del 31 de octubre, marcaba el fin del verano y de las cosechas.
Los colores del campo y el calor del sol desaparecían ante la llegada de
los días de frío y oscuridad. Creían que en aquella noche, el dios de
la muerte permitía a los difuntos volver a la tierra, fomentando un
ambiente de muerte y terror. La separación entre los vivos y los muertos
se disolvía aquella noche, haciendo posible la comunicación entre unos y
otros. Según la religión celta, las almas de algunos difuntos estaban
atrapadas dentro de animales feroces y podían ser liberadas ofreciendo a
los dioses sacrificios de toda índole, incluso sacrificios humanos.
Creían
que esa noche los espíritus malignos, fantasmas y otros monstruos
salían libremente para aterrorizar a los hombres. Para aplacarlos y
protegerse se hacían grandes hogueras y, disfrazándose de maneras
macabras, trataban de pasar desapercibidos a sus miradas amenazantes.
Cuando
los pueblos celtas se convirtieron al cristianismo, no todos
renunciaron a las costumbres paganas. En el siglo VIII, el cristianismo
colocó la fiesta de Todos los Santos el 1º de Noviembre, quedando así la
noche del 31 de octubre, como la Vigilia de esa gran fiesta. La
coincidencia cronológica generó no pocas supersticiones sincretistas,
que mezclaron la fiesta de los santos, con las antiguas creencias
celtas.
Sin
embargo el “Halloween” que hoy se celebra muy poco tiene que ver con los
celtas, y menos aún con la fe cristiana. Es un fenómeno completamente
estadounidense.
Los mejores consumidores del nuevo mercado: niños y adolescentes.
Obviamente, ante una globalización
cultural, Uruguay no podía pasar mucho tiempo sin adoptar los nuevos
“cultos” de la sociedad de consumo, en una resignada digestión que
asimila cuanta frivolidad venga de parte del dios mercado.
Asistimos en Halloween
a una proliferación de artículos más o menos macabros, como calaveras,
esqueletos, brujas, vampiros, tableros ouija, y un sinfín de productos
en la línea del ocultismo.
Aparentemente
no se presenta como una oferta religiosa, sino como una parodia de la
religiosidad cristiana auténtica, con fines preferentemente consumistas:
vender productos de carnaval, además de espacios publicitarios en las
películas de terror y sitios en internet. Halloween se propone
comercialmente como una fiesta joven, divertida, diferente,
«transgresora». Y aquí, niños y adolescentes son los destinatarios
privilegiados del nuevo producto...
¿Sólo diversión? En el umbral del espiritismo...
Pero
tampoco puede considerarse como un mero fenómeno comercial, ya que se ha
transformado en una fiesta importante del calendario neopagano y muchos
movimientos, películas, literatura, y diversas propuestas culturales
fomentan, a la luz de esta fiesta, creencias de tipo gnóstico, esotérico
y espiritista, claramente opuestas a la fe cristiana.
Nos
parece importante tomar conciencia de la cantidad de niños y
adolescentes que adhieren ingenuamente a un sinfín de creencias
ocultistas, gracias a la poca capacidad crítica
de sus padres y educadores frente a la colonización cultural en la que
nos encontramos. No son pocos, los que cada vez son más permeables y
crédulos para traer de los pelos todo tipo de propuestas espirituales y
ocultistas que estén de moda, sin percibir sus reales contenidos a
primera vista. Si un padre no está de acuerdo con la
religiosidad ocultista, ¿tiene que aceptar que le impongan a sus hijos
la fiesta de Halloween en su jardín o escuela en la versión pagana?
Para
darse cuenta de la magnitud del fenómeno, basta consultar cuanto ha
crecido entre niños y adolescentes la creencia en el contacto con los
difuntos -de tipo espiritista- y el miedo a fenómenos ocultistas, o el
interés por lo paranormal. Si bien la culpa no es de la fiesta de
Halloween, ella se ha vuelto parte de la propuesta cultural esotérica y
espiritista que prolifera ya en gran cantidad de películas, telenovelas,
dibujos animados y videojuegos. Y la avalancha de materiales que
reciben los niños siempre están educando en un contenido, sea explícito o
implícito. Siempre se transmite una visión del hombre que sienta las
bases para opciones que pueden venir un poco más tarde.
Lo más
preocupante y contradictorio es que los principales promotores y
organizadores de estos festejos sean, en su mayoría, los propios padres y educadores.
Y más preocupante para nosotros es que pasen olímpicamente en
instituciones católicas con el argumento de: ¡es divertido! ¡Cómo si
algo por ser divertido automáticamente fuera inofensivo y justificable!
¿Qué hacemos entonces con Halloween?
No
pensamos que haya que condenar demonizando la fiesta, pero sí informar
al menos sobre el origen y sentido del fenómeno, y ver que se da una
excelente oportunidad para hablar de los santos, la muerte y la vida
eterna (en vísperas del 1 y 2 de noviembre) anunciando la buena noticia
del amor de Dios que nos salva, rescatándonos de toda forma de mal.
Un especialista europeo en este tema (P. Gulisano), recomienda a padres y educadores:
"Educadores
y familias deberían movilizarse contra la falta de educación, de buen
gusto, contra la profanación del misterio de la muerte y de la vida tras
la muerte, pero no es fácil ir contra corriente, desafiar las modas
imperantes.
Entonces se puede hacer fiesta en Halloween, recordando lo que este día ha significado durante siglos y lo que sigue testimoniando. Hay
que salvar Halloween, dándole todo su antiguo significado, liberando
esta fiesta de la dimensión puramente consumista y comercial y sobre
todo extirpando la pátina de ocultismo sombrío del que ha sido
revestida.
Por
tanto, aconsejaría organizar la fiesta y explicar claramente que se
está festejando a los muertos y los santos, en modo positivo e incluso
simpático para que los niños sean educados en una visión de la muerte
como un acontecimiento humano, natural, del que no hay que tener miedo...
En
mi opinión se puede y se debe hacer fiesta. El 1 de noviembre, que fue
el Año Nuevo celta y luego Todos los Santos, es una festividad
extraordinaria para los cristianos, y no vale la pena dejarla en manos
de charlatanes y ocultistas. No hay que tener miedo del Halloween
«malo», y por esto hay que conocerlo bien. Halloween, de todas formas,
no se puede ignorar, y forma parte ya del escenario de nuestros
tiempos". (Entrevistado por Zenit).
Una educación responsable
Si bien es verdad que muchos niños
solo lo celebran como una mera diversión, no es menos cierto que el
mundo de los espíritus y la brujería es cada vez más cotidiano para
ellos y se les despiertan muchas dudas sobre estos temas.
Mientras
sigue avanzando una visión secularista y pragmática de la vida, dejando
a Dios de lado, crece una gran avidez por lo oculto y lo extraño.
Progresivamente nos encontramos con una mayor superstición y credulidad
en antiguos mitos paganos... y el imaginario de chicos y grandes parece
ser asaltado por toda clase de fuerzas ocultas, fantasmas y hechizos.
Sin la
fe en Dios, el ser humano se arrastra hacia la necesidad de protegerse
de fuerzas extrañas que no puede dominar, llenándose de miedo y buscando
solución en ese mismo mundo lleno de espíritus, fantasmas y "energías".
Como
cristianos, profesamos que solo Jesucristo nos libera de la muerte y de
toda forma de mal. Solo Él es la luz que brilla en la oscuridad de los
largos inviernos espirituales del hombre. Solo El le da sentido al
sufrimiento con su Cruz. Solo El es vencedor sobre el horror y la
muerte. Solo Dios basta para quién ha recibido la gracia y vive como
discípulo de Cristo.
Seguir
a Jesús, y celebrar los santos en la víspera del 1 de noviembre, es
celebrar la vida, la victoria del amor sobre el odio, la victoria de la
vida sobre la muerte, la victoria de Jesucristo que es nuestra, porque
estamos unidos a él.
No
creo que haya recetas para desafíos de este tipo, pero lo que se puede
pedir a cualquier cristiano es un mínimo de discernimiento y
responsabilidad frente al consumo de fenómenos que si en sí mismos
pueden parecer inofensivos, abren la puerta a no pocos peligros y
tergiversaciones del sentido de la vida y de la muerte, del sentido de
la diversión y de la fiesta. Enseñarle a los niños el verdadero
contenido de la fiesta en una visión crítica, es parte de una educación
responsable."
Miguel Pastorino,
Director del Dpto. Comunicación Social de Arquidiócesis de Montevideo